Cien kilos de puro feminismo
Lohana Berkins es una travesti guerrillera. Y dispara:
“En una sociedad que te obliga a definirte como hombre o como mujer, es más divertido decir: soy travesti. Lo ideal sería que cada uno pudiera hacer, ser y tener la imagen que quiera. La pregunta que yo me hago es si en esta sociedad tan alineada, tan educada, tan etiquetada, todavía se puede hablar de instintos primarios y deseo puro. ¿Hasta dónde estructuramos el deseo? La opresión, desde el punto de vista de las travestis, tiene que ver con que sólo se puede ser hombre o mujer en el esquema sexo-género (que implica que a una condición biológica le corresponde un determinado rol social y un deseo; mujer=madre=ama de casa). Esta sociedad se pone un poquito permisiva –un poquito–, y dice: pueden ser gays o lesbianas. Y justamente el travestismo viene a producir un quiebre. ¿Por qué tengo que elegir entre los dos géneros, como si estos géneros fueran la panacea del mundo, uno por opresor y la otra por oprimida?
Yo siempre digo que soy doblemente Judas. Los hombres sienten que nosotras somos traidoras al patriarcado, porque teniendo el pene, el símbolo, renunciamos al poder. El segundo cuestionamiento viene por rechazar la imagen de mujer que propone esta sociedad. Lo que a mí me pasa en la vida, me pasa justamente por llamarme Lohana y por portar el estandarte de la imagen femenina. Porque si yo me hubiera quedado como un gay clase blanca, con título universitario, no me hubiesen pasado las mismas cosas. En todos los ámbitos de su problema –la mujer negra, la mujer lesbiana, la mujer prostituta, la mujer que abortó, la mujer profesional – la mujer tiene una historia parecida a la nuestra.”[1]
…
“El mercado nos pide putas, no secretarias. Los lugares más certeros que tenemos son la prostitución, la marquesina o la comicidad. Aun en la dictadura las travestis fuimos en los carnavales el lugar posible para la risa. Porque a una travesti se la obliga a estar mostrando todo el tiempo lo que quiere ser. Eso sucede porque nos niegan el derecho a la educación, a la salud, al trabajo fuera de la prostitución, a menos que nos hagamos invisibles.”[2]
Trans, travesti, transexual, transgénero. Mas allá de las disputas en el terreno de nombrar y nombrarse, las chicas se construyen en lo publico, en la batalla cotidiana por explotar en sangre la mirada de curiosos, voyeristas y demás mojigatos y mojigatas que suponen que las sexualidades para existir deben pasar por la aprobación de sus estúpidas miradas. Las travestis existen y se construyen mas allá de que las leyes les concedan un nombre, sin embargo necesitan de la burocracia estatal, que con leyes pelotudas justifican la discriminación, que no es otra cosa que la violencia que las chicas sufren por parte de la policía y de los machos tan poco machos; y de las mujeres que con tan poca capacidad de alzarse como mujeres, sienten peligrar la femineidad.[3]
“el sentido del humor para mí es una herramienta de supervivencia. Las travestis somos un poco así... aunque algunas, por tanto sufrimiento, se han dejado doblegar. Pero el humor de las travas a mí me fascina, te digo que en un velorio, en la tragedia más grande ellas son capaces de hacerte reír o de ver más allá de lo que nadie quería ver (...) Al menos de las madurillas, las niñas ahora están inventando otro mundo. Pero nosotras teníamos hasta el carrilche, que no sé si es un dialecto que existía o era de las travas, que lo hablábamos cuando frente a la policía no queríamos que nos entendieran y que además de las palabras tenía todo un código de gestos, de miradas (…) La visibilidad es inherente al travestismo, porque Florencia de
Las travestis enfundan un peligro sobre el campo social. El peligro de socavar la maquinaria estatal y los negocios de la prostitución. El peligro de des-mitificar la femeneidad, llevándola al extremo, desvelando su carácter intrínsecamente construido. El peligro de estallar por las sabanas la mentira del binarismo hombre-mujer. Pero sobre todo enfundan, el peligro del deseo, de ser deseadas por los maridos morales. Ponen la pija en el toque del escándalo, en el culo. Y en el deseo. Cuestionan la hipócrita economía del deseo. No soportan desear aquello que escupen como monstruoso, porque los trasvierte en morbosos a ellos.
No estamos diciendo que ser travesti de por sí es subversivo, porque para es necesario trabajar en la conciencia, pero su lugar dialécticamente vinculado con la marginalidad, acrecienta su deseo de cuestionar el poder.
No se lo bancan, no se las bancan. Pero se las quieren coger. Llegará el delicioso día en que ellas se los cojan sistemáticamente hasta que se la banquen.[5]
“Yo soy una travesti, una mujer, socialista, indígena, gorda, de color, pobre, obrera. Soy todas estas cosas y mucho más. Y lucho para forjar un mundo donde seré aceptada por todo lo que soy.”[6]
Lohana Berkins
[1] www.socialismo-o-barbarie.org: “Travestida para trasgredir”, entrevista a Lohana Berkins realizada por Clarisa Palapot.
[2] Página 12, Radar. 3 de noviembre de 2002.
[3] Editorial programa radial “Desobedientes en radio”, Radio Estación Sur 91.7. 2008.
[4] Indymedia Argentina. Centro de Medios Independientes. 2008.
[5] Editorial programa radial “Desobedientes en radio”, Radio Estación Sur 91.7. 2008.
[6] www.ilga.org. 2004
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